No se lo vieron venir, ni el profeta Isaías ni el Bautista. 600 años antes del nacimiento del Señor, Isaías había predicho la llegada de un Mesías furibundo, que vendría a la tierra con el soplo del juicio, ?con un soplo ardiente?. ?Los ídolos se meterán en las cuevas de la rocas ante el Señor terrible?, parece la imagen de un Mesías que tomará forma de tornado y se llevará por delante a los antiguos dioses y con ellos a todos los imperios. Es muy esclarecedor de esta agresividad el texto que yo denomino del ?contra todo?. Es un texto largo, que parece más propio de un recitado. Habla de que las iniciativas del enviado de Dios serán a la contra, actuará contra el mundo: ?contra todos los cedros del Líbano, contra todas las encinas de Basán, contra las naves de Tarsis, contra todos los navíos opulentos?. No va a quedar nada ante Él. Estará su presencia, reinará por los siglos en su trono, y al ser humano no le quedará más remedio que hincar su rodilla frente a tanto poder. Pero no fue así, lo vamos a vivir en unos días. La experiencia de la Navidad es por encima de todo la aceptación de lo inaceptable: un poder inadvertido. El poder que propone Nuestro Señor es el de perderse a sí mismo, así lo hizo desde la cuna a la Resurrección. Por eso me resultó muy raro el cartel que vi esta tarde a la entrada de una iglesia, entré a rezar un rato y me lo topé al lado del horario de misas: ?recuerda que todo el bien que hagas te será devuelto?. Parecía un cartel más adecuado para la entrada a un banco: el amor rentabiliza, como el dinero. Pero la verdad es que en la pérdida del bien que se da, está la ganancia. Como la famosa anciana del Evangelio, que da todo lo que tiene en ese gesto de extremo desprendimiento. Pero Juan Bautista tampoco supo oler la jugada del Maestro. Hoy le oímos decir, ?ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego?. El Bautista es la voz del que clama en el desierto, una voz furibunda, como esa de Isaías cuando hablaba del soplo ardiente del juicio. No hay más que ver cómo vivía, era un tipo de piel cetrina y aspecto de quien se ha pasado la vida con poca convivencia. En el Evangelio, el Señor parece que jamás tiene prisa con las acciones humanas. Espera que la higuera de fruto en la parábola, espera que Pedro se arrepienta, espera que su madre le dé paso para hacer el primer milagro, espera treinta años de su vida para pronunciar su primera palabra. Por eso, cuando estuvo en prisión después del famoso baile de Salomé, al pobre Bautista le entraron dudas de fe, y le dijo a alguno de sus discípulos que fuera a decirle si Él era verdaderamente el Mesías o había que esperar a otro. El respeto de Nuestro Señor con el ser humano es inaceptable para los puristas y para quienes van con prisa. Pasa como en las situaciones políticas, dicen muchos ?esto lo solucionaría yo en dos días?. En los partido de fútbol lo mismo, los impacientes siempre tienen soluciones urgentes, ?al equipo hay que quitarle a ese entrenador pero ya, se está cargando a los jugadores?. En cambio, Jesús baja las manos dándonos a todos calma, que para convertirse hay tiempo y hay que hacerlo bien. Él nos bautizó con Espíritu Santo y fuego. Pero el suyo no era fuego de arrasar sembrados, sino al que alude la oración después de la comunión que se reza en la fiesta de San Francisco Javier, ?que el sacramento que hemos recibido, Señor, despierte en nosotros el amor ardiente que inflamó a san Francisco Javier en el celo por la salvación de las almas?. Y ése es otro fuego.
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